Me persiguen ciertas recriminaciones desde entonces. Había cavado un mismo fin para todas ellas.
Algunas veces descendìa a corroborar mis sospechas y en la necropcia, al infligir mi diamantino bisturí en sus pútridos bulbos, inundaban la habitación de humores.
Sólo un poco del rocío del aliento y se erigían, otra vez, felicidades.
¿Qué irremisible sustancia las anima y las recorre?
Ahora cunden afuera de mi casa, y cuando salgo apresurado al trabajo, doy los pasos descuidados sobre las flores.
Me siento un gusano… pero ¿y si todos no más que gusanos?