Adiós, adiós, me voy.
Dejo para ustedes la tertulia
y la cantina, la negra modelo
y la modelo negra que nunca vino:
sus largas piernas, sus pezones
de fresa. Les dejo su sombra
entre los vasos y el brillo
de sus rizos. Yo los tuve entre los dedos
como hebras de luz mortecina
cuando la madrugada abría las piernas, sangraba
el sol sobre la acera.
A ella, la más pura, le dejo
esa noche en el Centro, las
piernas de los hombres, la rockola
y el amargo terciopelo del asiento.
Le debo sí, cincuenta pesos
y un amanecer límpido
por donde resbalaron los amigos
como piedras.
A ti, mi sombra, mía en la pierna
del mundo te dejé sembrada (cómo te amé
despavorida, ida
de mí),
a ti, querida, te dejo en el hotel de paso
esa torre de Babel de los sentidos,
en el bidé, entre el cloro y el vómito,
en su gloriosa fuente de la vida.
María Rivera
Una gran poetisa. ("Hay batallas". Premio Nacional de Poesía 2005)